Hace muchos años, cuando los hombres aparecieron sobre la tierra, la encontraron con bastantes necesidades y comenzaron la ardua tarea de hacerla más habitable.
No tenían casas para protegerse del sol, de las lluvias o del frío.
Para comer, se arreglaban como podían porque carecían de ollas y de fuego para prepararse un guiso reconfortante.
Descansar, era un verdadero problema, sin camas, ni hamacas, ni el más rústico banquito. Y divertirse era casi imposible; no había orquestas, ni televisión, ni cine, ni dominó, ni naipes, ni siquiera un balón. Nada, no había nada.
¿Pasear para no aburrirse? Imposible! No había carreteras, ni carros, ni motos, ni siquiera zapatillas para irse a pie. Y los que querían estudiar tenían que aguantarse las ganas porque no había ni libros, ni cuadernos, ni lapiceros; es más, por no haber, no había ni colegios.
Y para los cortos de vista no había gafas, ni dentista para aliviar un dolor de dientes.
La verdad es que no había nada de nada. Bueno, perdón, algo sí había: Había hombres, muchos hombres, cada uno con dos brazos fuertes para trabajar. Y trabajaron y fueron remediando muchas necesidades existentes en la tierra.
Hoy sigue habiendo necesidades en la tierra y muchos brazos activos empeñados en remediarlas. Pero también hay, todavía, demasiados hombres con los brazos cruzados.
MAURILIO
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